viernes, 18 de junio de 2010

Una de fútbol: la maldición del 38


En marzo de 1938 las tropas alemanas entraban en Austria y se anexaban aquel país, de paso se anexaban los jugadores del equipo de fútbol austriaco, por entonces el campeón de Europa. Sindelar, el mejor jugador austriaco, se negó de forma terminante, pagó cara su decisión; denostado, sin trabajo y solitario, se suicidó el 22 de enero de 1939. El mundial de fútbol se celebraría en Francia durante el mes de junio de 1938. De la vecina España llegaba el sonido de las balas, se enfrentaban republicanos y falangistas en una guerra civil. En Asia, China y Japón también estaban en guerra. Para no desentonar con el ambiente bélico, dentro de la FIFA también se había desatado una guerra, Su fundador, Jules Rimet, hizo valer toda su influencia para que le fuera concedida la sede a Francia, en contra de la tradición que marcaba que, ese mundial, se celebraría en América, en este caso en Argentina, de manera que se desató un boicot al mundial, renunciaron a participar: Argentina, Uruguay, USA, Costa Rica, El Salvador, Surinam, Colombia y México. Brasil decidió participar debido a que aspiraba a organizar el siguiente. Gracias a estas deserciones es que llega el equipo cubano al mundial.


Mientras, el pequeño Fidel, un adolescente, muy cerca de cumplir los 12 años de edad, correteaba por los campos de Biran, en el oriente cubano. En el estadio Toulouse de Francia a las 5 de la tarde del 5 de junio de 1938, se enfrentaban los equipos de Cuba y Rumania. Batía el estadio una leve brisa, y aunque estaba el cielo despejado, la temperatura rondaba los 18 grados, unas 7 000 almas habían acudido a presenciar el partido. Los cubanos venían de La Habana, militaban en clubes que, a juzgar por sus nombres (Centro Gallego, Juventud Asturiana, Iberia Habana, etc.), estaban formados por emigrantes españoles o sus descendientes. Transcurrida la primera mitad, las cosas marchaban como cabía esperar, Rumania ganaba por un gol a cero, nadie podía imaginar lo que vino después, tras el tiempo complementario y un tiempo extra de 30 minutos el marcador era de tres a tres, empate, según las reglas de la época había que volver a jugar. Por Cuba destacó, en ese partido, el portero Carvajales, lo hizo tan bien que una emisora cubana que había viajado a Francia para narrar el partido lo contrató para que narrara el desempate, y éste, sin estar lesionado, ni nada que le impidiera jugar, decidió aceptar. Para mayor sorpresa, el segundo juego terminó con victoria cubana de dos a uno, goles de Héctor Socorro a los 51’ y de Tomas Fernández a los 53’, pero los cubanos quemaron toda la pólvora y terminaron agotados. Se movieron a Antibes donde disputarían el primer partido de cuartos, ante Suecia, y allí no pudieron ni tocar la recién estrenada pelota de aire, con válvula, un invento argentino, cayeron por un abultado marcador de ocho a cero, que no sé si será récord, pero estoy seguro de que lo fue durante mucho tiempo. De esta forma terminó la única incursión cubana en un mundial de fútbol.


No consta que, el entonces presidente de Cuba, Federico Laredo Brú haya estado al tanto de los resultados del mundial, ni tan siquiera que lo haya seguido por radio. Lo que si cabe sospechar es que el adolescente Fidel Castro estuvo al tanto de las noticias relacionadas con el evento deportivo. En especial debe haberle causado dolor la derrota del equipo cubano por un humillante ocho a cero, en franco contraste con la victoria, en la final, del equipo italiano, que actuó motivado por el telegrama que les envió Mussolini, donde les ordenaba, “Vencer o Morir”, de esa época data su obsesión por la figura de “El Duce”. Es conocido que en su juventud Fidel coleccionaba los discursos del líder fascista, su pasión por las consignas, también de corte fascista, su interés en el deporte, como herramienta propagandística de su proyecto político, sus llamadas a los entrenadores durante los juegos, para decirles la estrategia a seguir, que deportistas pueden o no participar en una competencia, en fin, lo que se le ocurra, sus juegos de pelota, estando ya en el poder, en el estadio Latino Americano, vestido de pelotero, mientras la multitud aplaude frenéticamente. Todo esto podría no ser otra cosa más que la proyección del retorcido mecanismo que encontró un niño para restablecer su auto estima lastimada ante aquella derrota ocho a cero frente a Suecia. La identificación con la figura de Mussolini no sería otra cosa más que la manera que encontró de entrar por la senda de los vencedores, ser parte de ellos y sobreponerse al sabor amargo de la derrota. Pura especulación podrías decir, pero que pasa, si tengo razón.


Nadie es capaz de imaginar las consecuencias, que para el futuro puede tener la imagen que, en la cabeza de un niño, se forme tan sólo al escuchar un partido de fútbol y lo que puede despertar en él. De manera que les recomiendo, a todos los padres: alejen a sus hijos de las trasmisiones del mundial. Nunca se sabe lo que un partido de fútbol nos podría traer y si no me cree, pregúntele a los cubanos.

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