Me alcanzó como un rayo, solo pude sentir el fogonazo en mi mente, y bien adentro, despertaron recuerdos, imágenes que creía desterradas de mi memoria. Aquellos primeros días estaban llenos de ilusión, mis padres dibujaban un cuadro paradisíaco; es una gran escuela, es un privilegio, fuiste el primero en el escalafón. El autobús escolar llegó al pueblo para recoger a los 10 privilegiados, cinco niños de cada sexo, fuimos los primeros, de allí partió a otros pueblos cercanos para repetir el proceso, en uno de esos pueblos una mujer se acerco a mi ventana y me pregunto si alguno de mis padres era maestro, al responderle que si, dijo casi gritando “siempre es lo mismo, esto es un descaro” , yo no dije nada pero aun hoy la recuerdo, me trasmitió la sensación de que algo turbio podía haber en todo aquello, ya había escuchado en mi casa que un padre protestó porque uno de los niños seleccionados en mi pueblo venía de una familia católica practicante, todo un escándalo entonces, además de que había escuchado que a mi madre, que presidía una mesa de calificación, le dió un infarto al darse cuenta que un maestro intentaba hacer fraude para favorecer al hijo de otra maestra en las calificaciones de fin de curso, me parece ver ahora a mi madre en cama, encerrada en casa y con un rostro de honda preocupación, después supe que temía que tomara represalias conmigo algún maestro, en venganza por su intransigencia. El autobús continuo camino y fue recolectando muchachos de pueblo en pueblo, todos éramos guajiros y fuimos a parar a una escuela en medio de un campo, resultó ser una filial de la escuela madre, y los guajiritos de “Habana Campo” no entraríamos en la principal hasta el año siguiente, la otra sorpresa que nos aguardaba era que no estaríamos solos, nosotros seriamos el séptimo grado, pero octavo y noveno eran niños provenientes de un internado, que según decían, hubo que cerrar porque los muchachos prácticamente lo demolieron. La imagen paradisíaca duro poco, ya en la primera semana me habían robado todos los calzoncillos, que eran nuevos, a la semana siguiente me robaron las sábanas, cuando me acordé que andaba con unos calzoncillos viejos, casi harapos, estrategia de mis padres ante la nueva realidad y que me marcaría para toda la vida, aun hoy me cuesta tirar ropa, no importa el deterioro que tenga, fue entonces que tuve mi primer quiebre moral, después de mucho pensarlo decidí robarme unas sábanas en el albergue de noveno, estrategia que mantuve durante los seis años que duró el internado, en una ocasión me robé por accidente mi propia toalla. Durante las primeras semanas estuvimos en la recogida de café, algunos de mis compañeros se dedicaban a bromear y jugar, mientras yo estaba obsesionado con llenar la lata de café, trabajaba como un demente, y sentía verdadera molestia por verlos perder el tiempo, tenía un sentido del deber sumamente rígido pero que sufrió un golpe demoledor cuando descubrí la masturbación, entonces aprovechaba cualquier momento para internarme en lo más tupido del campo de café a explorar aquella sensación tan especial a mis tiernos 11 años, no era raro encontrar otros varones en la misma misión, rastrillando sus fusiles sin piedad, no eramos conscientes de ello pero estábamos entrando en la adolescencia. Junto con el amor al trabajo se fue debilitando la disciplina general, en la noche solía volar por los aires cualquier cosa, en especial las botas, porque usábamos botas, durante un tiempo quisieron obligarnos a usar zapatos de plástico, les decían kikos, no se por qué, pero fue un fracaso, hubo una epidemia de epidermofitosis, yo entre ellos, con los pies desbaratados. Volviendo a las noches, a cada rato había peleas entre los niños de noveno, algunas con armas blancas, un espectáculo que mirábamos los pequeños con los ojos desorbitados. Para mediados de curso ya ni siquiera iba al trabajo, andaba como un vagabundo por los campos de los alrededores de la escuela, jugando a Indiana Jones, aunque entonces no existía la película, eran los tiempos de Saturday Night Fever, organizábamos cacerías y cosas por el estilo, reinaba un ambiente de caos, la desidia era total, el rendimiento escolar había bajado y al principio mis padres me obligaban a cargar con todos los libros durante el pase de fin de semana, les hice caso durante un tiempo hasta que decidí poner algo más de empeño en el estudió y quitarme aquella tortura que significaba cargar con un maletín extra con libros y pasarme como 6 horas oyendo a mi madre peleando porque yo no tomaba notas de clase, mal habito este, que aun conservo y que, a Dios gracias, no impidió que obtuviera un título universitario. De vez en cuando el profesorado retomaba la iniciativa y si había ruido en un albergue, después de las 10 de la noche, no era raro que nos hicieran salir, a recoger los papeles que había en la áreas verdes, alrededor de la escuela, eso podía suceder a la una de la madrugada, en otras ocasiones el castigo consistía en estar formados, sin movernos, una hora al aire libre, también a esas horas de la noche, pedagogía pura y dura. A veces las situaciones complicadas nos caían del cielo, de pronto no había agua en la escuela , había que bañarse en los campos, bajo los regadíos, o ir husmeando por los baños, buscando sorbos del preciado líquido en las tuberías, a lo largo de ese año no solo cambiamos nosotros sino que también la escuela fue cambiando, cada vez había menos persianas y en algunos sitios no quedaba ninguna, parecían gigantescos balcones, en especial para las niñas era un asunto complicado, siempre circulaban historias de hombres que entraban en sus albergues, a altas horas de la noche, a mirarlas o tocarlas, de vez en cuando pasaba de verdad, sobre todo entre las niñas de octavo y noveno, la mayor parte de las veces era un alumno, amante apasionado, otras era una niña la que corría a la cama de un profesor, que también los había amantes apasionados, y nadie se escandalizaba, estaba el país tan metido en la construcción de la nueva sociedad, y en moldear al hombre nuevo que esas nimiedades no causaban preocupación. Finalmente terminó el curso, con algunas bajas, aunque pocas, lo que vivimos ese año fue la primera parte de un proceso en el que se forjarían, entre nosotros, lazos para toda la vida, como soldados que regresan de una guerra, nos sentimos parte de una misma cofradía, esas vacaciones me negué a salir de casa en los 2 meses, nunca antes, ni después, valoré tanto el hogar como entonces, seguí adelante con la ilusión, otra vez la ilusión, de que el curso siguiente sería mejor, estaríamos en una escuela donde todos habíamos pasado por el mismo proceso de selección, finalmente, cuando llegó el día y puse los pies en la famosa escuela, me bastó echar una mirada a mi alrededor y contemplar las paredes, llenas de graffiti, para entender lo que nos esperaba; algunos de los mejores años de mi vida, desde la certeza de quien no tuvo otra.