martes, 8 de febrero de 2011

El sueño de Albear.

Francisco de Albear y Lara, coronel de ingenieros, encargado de la construcción del acueducto Isabel II, yacía en lo que sería a la postre su lecho de muerte, había pasado la noche delirando, en medio de una fiebre intensísima y un mar de sudor, no tenía remedio, y lo sabía, era paludismo. Había pasado toda la noche soñando con agua, un paisaje repleto de ojos de agua, donde, fresco y cristalino, brotaba el preciado líquido, espontáneamente, alegre y vivaz, se derramaba en todas direcciones, anegando un campo lleno de flores, aquí y allá se formaban arroyuelos que en algunos puntos confluían en ríos cuyo cauce se iba agrandando hacía el horizonte, lo sorprendente era el número de ellos, los cursos tan diversos que tomaban y la maraña de conexiones que se formaban, todo obedecía a una lógica que no lograba entender, era el caos, pero a juzgar por la intensidad de la vida y la belleza del paisaje, parecía funcionar, su cerebro, acostumbrado a las matemáticas, intentaba poner un orden en aquella explosión de vida, recordó que ya una vez había encontrado la solución para domesticar el agua, una red de canales que, aprovechando la fuerza de gravedad, le permitiría llevarla a donde quisiera, sin mucho esfuerzo, justo terminaba de evocar ese recuerdo cuando el paisaje perdió toda la luz , se hizo de noche, de un negro intenso, impenetrable, como solo puede ser el negro de los sueños, dejó de brotar el agua, y unos muros enormes salieron de la nada, el paisaje se transformó en un inmenso estanque donde el agua se tornó apacible, de una quietud inquietante aunque seductora, era una escena sin brillo, de un azul sin matices, y sintió frío, el silencio era sobrecogedor. El coronel tuvo miedo, en su mente todo encajaba pero sentía que algo no marchaba bien, otra oleada de frío y aquellos temblores terribles, intentó despertar, escapar del sueño pero no lo lograba, fue entonces cuando vio la ola enorme que se formaba en medio del estanque, que, impulsada por una fuerza inexplicable y desafiando la gravedad, se elevó varios metros y avanzó, como un inmenso tsunami, hacía donde él estaba, sintió como el muro se agrietaba bajo sus pies, una luz cegadora lo inundó todo, no alcanzó a entender nada.


Francisco de Albear y Lara: Ingeniero cubano encargado de la construcción, en La Habana, del acueducto que hoy lleva su nombre, y que, en su momento, fue reconocida en la Exposición Universal de Filadelfia, en 1876, así como en la Exposición Universal de París, en 1878, donde se calificó como una de las construcciones más relevantes del siglo XIX a nivel mundial. Murió de paludismo antes de ver terminada su obra.

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