sábado, 14 de mayo de 2011

Hechiceros, hechizados, fugitivos.

La masa no adora jamás al Dios verdadero. (…)
El verdadero Dios esta lejos (…)
Para alcanzarlo habría que recorrer un largo espacio de sombra. No era, pues, asombroso que la gente no quisiera penetrar en aquella soledad, y se creara otros dioses de menos importancia o más cómodos, frente a cuya soledad poder encender la propia trémula llamita. (…)
                                                 Peral S. Buck. (Otros Dioses)

 Todos se han dado cita para el hechizo, hechicero y hechizado, es día de renovación de votos. Los colores se difuminan unos dentro de otros, el ondular constante de las banderitas ejerce un efecto hipnótico sobre el espectador, es una especie de rito colectivo, por banda sonora un himno, redoble de tambores, y la voz engolada de un comentarista oficial que no sólo te explica la escena sino también su significado, todo con tintes patrióticos, y ahí pasan los aviones, tecnología de hace 30 años pero suficiente para bombardear un campo de caña, la multitud aplaude frenéticamente. Guayaberas en la tribuna, todos risueños, el desfile será breve, no hay que olvidar la próstata de nuestros lideres, ¡uff, no puedo más! parece decir el general, pero el hombre resiste, y la masa de banderitas, bloque compacto y monolítico, se mueve frente a la tribuna, no se puede distinguir que dicen, es un ruido ensordecedor, sonido monocorde,  y la voz engolada se eleva sobre la masa, todo es felicidad, satisfacción, confianza sin límites,  fe ciega en el futuro, mientras, en medio de las ruinas, un grupo de hombres junta pedazos de madera para construir una balsa. La ciudad, semiderruida, asiste, perpleja, al hechizo.

La mañana ha llegado acompañada de copos de nieve, envuelto en un sobretodo que le llega a los tobillos el individuo se dirige hacía la boca del metro, su andar es ligero, a su paso va dejando un surco en la nieve que es más barro que otra cosa, aún no sale el sol, hay una penumbra, especie de velo que se va rasgando a su paso, tiene la nariz helada. El metro, finalmente calor, no hay un alma, solo esta la puta que, cada mañana, lo espera para entrar tras él, no le importa, lo ve como una obra de caridad,  una especie de pacto silencioso entre ellos. Nadie se percata de que es un ilegal, el pelo rubio y los ojos azules son una especie de disfraz por estos lares, no obstante intenta no hablar con extraños no fuera a ser que su acento lo delate. Hace un par de meses que trabaja en negro, no es suficiente, podrían prescindir de él en cualquier momento, de manera que no puede abandonar el piso compartido en que vive, lo peor no es que sea compartido sino que no es habitable, el piso tiembla cuando camina por el, hay goteras en varios lugares, en el comedor una de las vigas del techo esta partida y parece que de un momento a otro se desplomará sobre su cabeza, y el baño que esta en el exterior; casi se hiela uno cuando esta allí, la calefacción es una quimera, este frío de mierda, piensa. El tren atraviesa túneles oscuros e interminables, cierra los ojos e intenta evocar una palmera, el sonido del mar, no puede, una sucesión de consignas irrumpe desde lo más profundo de su subconsciente y las imágenes se diluyen. Abre los ojos, el tren acelera y sale al exterior, los primeros rayos de sol  golpean su retina y casi lo enceguecen, se acomoda en su asiento, finalmente se hace la luz.

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