martes, 26 de octubre de 2010

La confesión.

  No me puedo ver ni las manos, el espacio parece enorme desde que se apagaron las luces, en los pasillos laterales se ve el resplandor de las velas, un montón de velas de colores, ordenadas sin seguir un patrón de color o una composición establecida, fueron dejadas allí, frente al altar, en el transcurso del día, sabe Dios por quienes y por qué, pobres infelices. Es tarde, deambulo por los rincones, mis ojos se van aclarando, ya puedo divisar la silueta de la virgen y el niño Jesús a sus pies, esta sola, en medio del altar, luce enorme, como si fuera un árbol en el interior de una cueva, qué pensará Jesús, se acordará de mí, no me quita los ojos de encima, desde la cruz que está a pocos pasos de ella, creerá que lo ignoro, que no me importa, al final dicen que Él es Dios, no creo que me examine con tanto rigor, que le podrá importar este infeliz al que le anochece en su casa, seguro ya tiene bastante con el cura, ese viejo rabioso y cascarrabias;  tiene un rictus de ira que le cruza el rostro. Será que no sabe sonreír o que se le olvidó en el camino, si es cierto eso que dicen de que los católicos dan testimonio de vida por el rostro de felicidad que siempre tienen, este cura está perdido, cuando pienso en ese rostro, el de la felicidad, siempre me imagino un rostro angelical con una sonrisa estúpida, todos los dientes a la vista, a  mi me faltan algunos, yo no sería tan convincente, y los incisivos superiores, sí, esos , los grandes del medio, brillando como una estrella, el rostro ladeado, y los ojos, fijos en algún punto del infinito, como en éxtasis. Algo se mueve en el aire, sobre mi cabeza, se me acelera el pulso y en vano intento atrapar en mi retina lo que sucede, no veo nada, pero lo siento,  no puedo mirar mucho rato hacía arriba, las cervicales ya no están para tanto esfuerzo, me mareo, esta ahí, se acerca, se aleja, viene de todas partes, pasa un coche por la carretera y un halo de luz atraviesa la capilla desde los vitrales,… ¡ahí está! …era solo un murciélago, Dios, llegue a creer por un instante que era el Espíritu Santo, una carcajada empieza a crecer en mi interior, incontenible, se va abriendo paso, hasta que se me escapa. El sonido me sorprende y asusta, llevo las manos a la boca, podría despertar al cura. Silencio, un minuto, dos, tres, cinco, nada sucede. Aflojo mi cuerpo y me dejo caer suavemente en un banco de la primera fila, justo al centro, de cara a la cruz y a la virgen, siguen allí imperturbables los dos, como si el tiempo no pasara para ellos. El suelo comienza a temblar bajo mis pies y un estruendo sordo, que viene de la tierra, se va aproximando, cada vez más, aumentando en intensidad, si el infierno estuviese en el interior de la tierra entonces es como si todas las almas, condenadas a estar en el, gritaran al unísono, en realidad es solo el metro que pasa justo debajo del templo. Mi mente sale disparada hacia los años de mi juventud, aquellos años tremendos, las paredes del templo chamuscadas por el fuego, los techos habían desaparecido, solo sobrevivió la fachada y algunas estatuas de santos que la adornaban, estaba la iglesia en ruinas, apenas los cimientos, los camaradas nos hicimos una foto en medio de los escombros, con los fusiles en alto, la ciudad enloquecida, el pueblo cazando curas y fascistas, que era casi lo mismo.
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  Tu no estabas entonces, viniste a sustituir a la otra María, años más tarde, cuando el caudillo llegó al poder, no me mires así, te aliaste al dictador, siempre al lado de los poderosos, virgen facha. Entonces me tuve que ir de España, antes de hacerlo pasé por mi pueblo, a despedirme de mi madre, entre lágrimas me dijo que Dios me castigaría por lo que le había hecho a la Iglesia, se arrodilló y abrazada a mis pies, me rogó que le pidiera perdón a Dios. Me fui a Cuba, al Caribe, lejos de todo, y cerca de América. En La Habana me enamoré de una cubana, tuve tres hijos y me hice con un buen trabajo en la compañía eléctrica, una empresa americana, que pagaba muy bien, mi mujer era maestra, era otro mundo, teníamos una buena vida, cada mes le podía mandar unos duros a mi madre, y me traje a dos de mis hermanos a Cuba, la vieja no quería salir del terruño. En el 59 llegó Fidel al poder y volví a abrir los ojos, me di cuenta que me estaba convirtiendo en un burgués, esta vez, el pueblo, si había llegado al poder, que más podía pedir, mis hijos eran pequeños pero eso no fue un obstáculo, estuve en la campaña de alfabetización, fui miliciano, Bahía de Cochinos, la Crisis de Octubre, la lucha contra bandidos en el Escambray, ahí por poco me matan, salí herido de bala en el cuello y me fui a casa hecho un desastre. De nuevo el sonido del metro, cada cuatro o cinco minutos se repite invariablemente, así toda la noche, y tú, Jesús, no te aburres de estar en la cruz, no te asusta como vibra el suelo una y otra vez. Los años setenta fueron otra cosa, un día recibí un pequeño paquete, con una nota escrita por un pariente, desde España, donde me notificaba la muerte de mi madre, junto a la nota había un rosario que había sido de ella, y que según mi pariente, le había pedido que me lo mandaran  a mi, con el encargo de que lo rezara por ella. Desde mediados de los sesenta no podía mandarle dinero a la vieja, y cuando murió no supe que hacer, la verdad es que me sentí perdido, mi vida transcurría entre marchas, trabajos voluntarios y la batalla por tener cada día que llevar a la mesa de mi familia, la vida en Cuba se había vuelto difícil, mis dos hermanos se habían marchado a América en el setenta, junto con sus familias cubanas, no se los reprocho, ellos nunca compartieron mis ideas ni entendieron a Fidel, al menos desde Miami se encargaban de velar porque no le faltara nada a la vieja. Estas aburrida de tanta cháchara, no me mires así, se supone que debes escucharme e interceder por mi ante Dios, tu no tienes de que preocuparte, estas ahí imperturbable, escuchando pecados para después susurrárselos a tu hijo en el oído, menudo trabajo el tuyo. Tienes razón, se lo que estas pensando, estoy cansado, viejo, y sólo. En el ochenta mi hijo mayor también se fue a América, en los noventa vivíamos de lo que nos mandaba él y mis hermanos, no me sorprendió que en el noventa y cuatro se marcharan los otros dos. En el núcleo del partido nadie se atrevió a reprocharme nada, casi todos teníamos algún pariente que había abandonado el barco. Mi mujer  murió en el noventa y ocho, dicen que de un infarto, yo creo que de tristeza. En Cuba ya nadie quiere vivir, se ha vuelto una pesadilla interminable, estoy demasiado viejo, hace años que no logro entender el rumbo que ha tomado aquello. Aún no entiendes que hago aquí, por qué he vuelto a España, por qué permanecí escondido en un confesionario, en medio de la noche, esperando para estar a solas, en la oscuridad, sentado a tus pies, si de verdad eres Dios no deberías sorprenderte, te diré, pon atención, que no puedo levantar la voz, no quiero despertar al párroco. Me acostaré en el suelo, de cara al altar. El aire entra en mis pulmones y siento como mi pecho se aplasta contra el frío suelo, se estremece, la luz de las velas parpadea incansable, como la vida, se consumen lentamente hasta que se apagan, no entiendo bien como he llegado aquí, pero no he podido evitarlo, cierro los ojos y aprieto entre mis manos el rosario de mi madre: Padre nuestro que estas……perdona nuestras ofensas……Dios te salve María .....

2 comentarios:

  1. La historia de todos!
    Se me ponen los pelos de punta. Pobre hombre.
    Siempre pienso en eso, en llegar alli, asi con este mismo dolor de haber sido estafada. Quiero que ese dolor se vaya.
    Que bueno que supimos, que alguien nos dijo, que llegamos a la verdad por cualquier camino...
    A cuantos se les olvido la familia...
    me gusto mucho este relato. Gracias por tus palabras en mi Blog, me hiciste pensar en ellas y encontre algo interesante para seguir.
    Buen fin de semana!

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  2. Gracias Fermina, me alegra que te gustara, por desgracia no todo el mundo abre los ojos a tiempo. Sigue escribiendo que lo haces muy bien. Saludos.

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